5. Convenio propuesto por los estancieros a sus
obreros
"Primero: Los suscriptos se obligan dentro de
términos prudenciales que las circunstancias locales y
regionales impongan, a las siguientes condiciones de mejoramiento
económico y de higiene:
"a.- Las habitaciones de los obreros serán amplias y
ventiladas reuniendo las mayores condiciones de higiene posibles;
en cuanto a las cabinas, se entiende que éstas
serán de madera con
colchones de lana;
"b.- La luz de la sala
común será por cuenta del patrón y
también el fuego durante los meses de invierno;
"c.- Además del domingo, los obreros tendrán
libre medio día en la semana;
"d.- La comida será sana, abundante y
variada;
"e.- Cada estancia tendrá un botiquín de
auxilio con sus instrucciones en idioma nacional;
"f.- Los patrones devolverán al punto donde los
tomó, a los obreros que despida o no necesite;
"Segundo:
"a.- Los patrones se obligan a pagar a sus obreros un
sueldo mínimo de cien pesos moneda nacional, alojamiento y
comida, no rebajando ninguno de los sueldos que excedan
actualmente esa suma;
"b.- Cuando el número de los obreros sea de 15 a 25,
se pondrá un ayudante de cocina, y dos cuando el
número de obreros sea de 25 a 40; excediendo de 40 obreros
se pondrá un panadero;
"c.- Los ovejeros mensuales que tengan que conducir arreos
de hacienda fuera de las respectivas estancias cobrarán 12
pesos moneda nacional diarios independientemente de sus sueldos y
mientras conduzca el arreo;
"d.- Los campañistas mensuales percibirán 20
pesos moneda nacional por cada potro de amanse, fuera del sueldo
que tuvieran asignado los carreteros percibirán la misma
cantidad por cada novillo en las mismas condiciones.
"Tercero:
"Los patrones se obligan a poner en cada puesto un ovejero
o dos, según sea su importancia; estableciendo una visita
semanal por conducto de sus capataces. Los cargos de puesteros
dentro de lo posible serán llenados por obreros casados
acordándoles a éstos ciertas ventajas y en
proporción al número de hijos que tuvieran.
"Cuarto:
"Los patrones se obligan y de hecho reconocen a las
sociedades
obreras legalmente constituidas: entiéndase que
deberán gozar de personería jurídica. Los
obreros podrán o no pertenecer a esas asociaciones pues
sólo se tendrá en cuenta la buena conducta a
idoneidad de cada uno.
"Quinto:
"Los obreros se obligan por su parte a levantar el paro
actual de campo, volviendo al trabajo en sus respectivas faenas
inmediatamente después de firmar este convenio.
"Río Gallegos, 30 de enero de 1921" .
Este pliego fue firmado por todos los poderoso
latifundistas del sur de Santa Cruz. La lectura de
este pliego presentado por los estancieros dice de por sí
el triunfo de la lucha de los obreros de campo. En ningún
lugar del país se había logrado un convenio
así. Esto había sido mérito de un par de
extranjeros y argentinos con confusas con confusas ideas
anarcosindicalisatas. Pero las circunstancias iban a dejar en la
nada todo esto, y este pliego de condiciones se iba a transformar
meses después en escrita sentencia de muerte para
los que habían osado levantarse.
Las tropas regresaron a Buenos Aires en
mayo de 1921.
Apenas abandonaron las tropas el sur patagónico,
fortalecido el movimiento
obrero por los acontecimientos y su desenlace, comenzó la
reacción patronal en los puertos del sur y en las
estancias del interior. La policía fue reforzada por
"guardias blancos" armados, surgidos al calor de la
prédica de Manuel Carlés desde la Liga
Patriótica, que obraba con perfecta autonomía de
las autoridades nacionales. Una manifestación obrera en
Río Gallegos fue atacada de improviso dejando un muerto y
cuatro heridos como saldo. Los puertos de Deseado, Santa Cruz,
San Julián y Río Gallegos quedaron paralizados en
agosto por una huelga
general. En conocimiento
de esos hechos, algunos peones de las estancias propiciaron una
huelga revolucionaria en todo el territorio. La represión
en los puertos, las deportaciones de obreros a Buenos Aires, el
encarcelamiento de militantes crearon un clima de
intranquilidad y de protesta y al fin se planeó una huelga
general. Se inició el paro en las estancias, se tomaron
rehenes, cundió el pánico en el territorio y se
reclamó ayuda al gobierno para
hacer frente al peligro que representaban las nuevas
tácticas empleadas por los obreros. Los embajadores de
Gran Bretaña y Estados Unidos
presionaron al gobierno para que tomase medidas en defensa de los
intereses de sus connacionales en el sur.
Estos últimos sucesos ocurrieron porque el precio de la
lana bajó verticalmente a fines de 1921, y las empresas se
encontraron con un gran stock almacenado y la siguiente esquila
casi encima. Para evitarla, provocaron ellas mismas un alzamiento
obrero, haciendo detener a algunos dirigentes sindicales y
enviando agentes que consiguieron levantar nuevamente las
armas a los
trabajadores previa formación de sus "guardias blancas".
Los obreros organizaron un verdadero ejército y ocuparon
varias estancias con la misma moderación que en la
anterior oportunidad: se hacían firmar recibos por las
reses que consumían y por los productos de
almacén
que tomaban. Un establecimiento incendiado, se supo
posteriormente que lo había sido por su dueño, un
inglés
llamado Paterson, para cobrar un gran seguro.
Muchos pequeños propietarios se adhirieron a la
huelga por considerarla justa. Pero, agitando el fantasma de la
insurrección social, las empresas obtuvieron –se
ignora por qué medios–
que se enviara a Varela para reprimir la huelga.
Resolvió Yrigoyen, entonces, el envío de
tropas de caballería al sur, toda una expedición
militar dividida en dos cuerpos; uno con el Teniente Coronel
Varela, jefe de la expedición, con los capitanes Pedro
Viñas Ibarra y Pedro E. Campos, y la otra a las
órdenes del capitán Elbio C. Anaya. Fue agregada a
esa tropa un cuerpo de gendarmería. Las fuerzas embarcaron
el 4 de noviembre de 1921. Un informe militar
de Anaya define así la diferencia entre la primera y la
segunda expedición de Varela: "Los acontecimientos de
principios de
1921 pueden titularse campaña pacífica de la
Patagonia en
contraposición con la de fines de 1921-22 que
llamaré campaña militar sangrienta".
En el transcurso del viaje de las tropas se produjeron
hechos de sangre en la
estancia Bremen, cerca de Cifre, cuyo dueño era
alemán. Cuando se acercaba un grupo de diez
peones a pedir víveres, éstos fueron recibido a
tiros por el dueño y sus parientes, quedando como saldo
dos muertos y cuatro heridos. Los huelguistas tomaron rehenes
como protección y los estancieros huyeron hacia los
puertos de la costa e hicieron relatos espeluznantes sobre las
fechorías de los peones. El Teniente Coronel Varela
escuchó esos relatos y consideró que la huelga era
una insurrección armada y que en ese caso era aplicable el
Código Militar, la Ley Marcial. Dio
a sus hombres un bando dirigido a los obreros con instrucciones
precisas:
"Si ustedes aceptan someterse incondicionalmente en este
momento haciéndome entrega de los prisioneros, de todas
las caballadas que tengan en su poder
presentándoseme con sus armas, les daré toda clase
de garantías para ustedes y sus familias,
comprometiéndome a hacerles justicia en
las reclamaciones que tuvieran que hacer contra las autoridades
como asimismo a arreglar la situación de vida para en
delante de todos los trabajadores en general. Si dentro de 24
horas de recibida por ustedes la presente comunicación no recibo contestación
de que ustedes aceptan el rendimiento incondicional de todos los
huelguistas levantados en armas en el territorio de Santa Cruz,
procederé:
"Primero: A someterlos por la fuerza
ordenando a los oficiales del ejército que mandan las
tropas a mis órdenes que los consideren como enemigos del
país en que viven;
"Segundo: Hacerlos responsables de la vida de cada una de
las personas que en este momento mantienen ustedes por la fuerza,
en forma de prisioneros, así como también de las
desgracias que pudieran ocurrir en la población que ustedes ocupan y las que
ocuparen en lo sucesivo;
"Tercero: Toda persona que se
encuentre con armas en la mano y no cuente con una
autorización escrita, firmada por el suscripto,
será castigada severamente;
"Cuarto: El que dispare un tiro contra las tropas
será fusilado donde se lo encuentre;
"Quinto: Si para someterlos se hace necesario el empleo de las
armas por parte de las tropas, prevéngoles que de una vez
iniciado el combate no habrá parlamento ni
suspención de hostilidades."
Varela dictó ese bando por su cuenta y lo
firmó, poniendo al territorio de Santa Cruz en pie de
guerra. De
parte de Yrigoyen, del ministro del interior y del ministro de la
guerra no recibió instrucciones precisas; solamente
debía cumplir con su deber, pacificar los territorios del
sur, confiando en su condición de activo radical, uno de
los comprometidos en la revolución
de 1905.
Se aplicó el bando con todo rigor; pero hay que
consignar que en la campaña contra los "bandoleros del
sur" no hubo muertos ni heridos de las tropas, y eso que se
trataba de una pequeña minoría frente a los
millares de obreros en huelga. Hubo un primer encuentro en Punta
Alta, y allí se rescataron 14 rehenes.
Uno de los centenares de casos ocurridos es el de Santiago
González, que llegó a Santa Cruz el 12 de noviembre
de 1921, contratado para trabajar como albañil en el
Banco de la
Nación. Fue detenido en el hotel donde se hospedaba por un
soldado del 10° de caballería el 10 de diciembre;
entre sus efectos se encontró un folleto titulado Carta Gaucha,
escrito por Juan Crusao, y un escrito titulado La Voz de mi
Conciencia, de
Simón Radowitzky, que circulaban ampliamente por todo el
país sin ninguna traba; el 28 del mismo mes fue ejecutado.
De la misma magnitud, es el caso de Albino Argüelles;
secretario general de la Sociedad Obrera
de San Julián, herrero de oficio y afiliado al Partido
Socialista. Este hombre fue
quien organizó las columnas de peones rurales
patagónicos en la huelga de 1921, en la cual se
pedían mínimas mejoras en las condiciones de
trabajo. Cuando llegó la tropa represora del
capitán Elbio O. Anaya, les pidió parlamento a los
dirigentes huelguistas, los apresó y luego de hacerlos
castigar duramente ordenó su fusilamiento. Su muerte fue
un asesinato vil y disfrazado por el capitán Anaya en su
parte militar como "muerto mientras trataba de huir". La
acostumbrada ley de fugas que en tiempos más actuales se
convirtió en "desaparición" de personas.
El 22 de noviembre hizo imprimir Varela un nuevo bando, en
el que dice que: "Se pasará por las armas a quienes no se
entregaren a la primera intimación de las fuerzas
militares o fueren sorprendidos por éstas con armas en la
mano en actitud de
resistir".
Quedaron en la memoria los
sucesos de Paso Ibáñez, hoy Comandante Piedrabuena,
a donde llegó una columna de 900 huelguistas, que
ocupó el pueblo. Querían conferenciar con Varela y
enviaron emisarios con ese propósito; se les
respondió que debían rendirse incondicionalmente en
el término de tres horas so pena de ser sometidos por la
fuerza y pasados por las armas los que desacataren las
órdenes impartidas. Sin garantías, los huelguistas
entregaron los rehenes y huyeron hacia Río Chico y hacia
la Estancia Bella Vista. Uno de los dirigentes, Avendaño,
se entregó, probablemente con miras a negociar la
rendición, y fue fusilado en Río Chico; luego se
persiguió a los que se dirigían a Cañada
León y fueron tomados 480 huelguistas, 4.000 caballos y
298 armas largas de todo tipo y calibre, 49 revólveres.
Más de la mitad de los que se habían entregado sin
combatir fueron ejecutados. Después de Cañada
León, donde se halla la Estancia Bella Vista, Varela se
dirigió hacia el Lago Argentino, donde tomó la
estancia La Anita, de Menéndez Behety, en la que 500
hombres se rindieron sin combatir, siendo liberados 80
estancieros, mayordomos de estancia, gerentes, administradores y
policías. Se procedió a fusilar sin freno alguno a
los rendidos por las fuerzas que mandaba Viñas Ibarra. En
conocimiento de los hechos ocurridos y de los métodos de
la represión militar, hubo un intento de resistencia en
estación Tehuelches, donde fueron heridos dos soldados y
cayeron varios dirigentes de la huelga, José Font entre
otros; pero en Tehuelches y Jaramillo el grupo de los huelguistas
fue totalmente aniquilado.
Cientos de obreros fueron detenidos, apaleados y recluidos
en dantescos depósitos, sin la menor forma de proceso. De
ellos se escogía a quienes señalaban los
representantes de las empresas, y se los llevaba al campo para
fusilarlos. A algunos se les hacía cavar su propia fosa y
luego se incineraban los cadáveres. En el Cerrito, en el
Cañadón de la Yegua Quemada, actualmente
Cañadón de los Muertos, y en otros puntos, fueron
exhumados más tarde cientos de cadáveres.
Las publicaciones que vieron la luz sobre los hechos
sangrientos de la Patagonia, en el curso de los mismos y
después, son copiosas y pueden adolecer de parcialidad en
favor de los huelguistas, que fueron víctimas, pero la
verdad es que la segunda campaña del Teniente Coronel
Varela dejó en aquellas regiones lejanas cerca de un
millar de muertos, en su mayoría chilenos y
españoles.
Muchos que no aprobaron aquellos métodos para
resolver conflictos
laborales callaron, guardaron silencio, pero eso no
impidió que en todo el país cundiese una sentencia
condenatoria, también en los círculos radicales, y
en las esferas gubernativas.
Varela regresó a Buenos Aires, dejando 200 hombres
al mando de Anaya y Viñas Ibarra; el ministro de la guerra
lo recibió fríamente y el Congreso se levantaron
voces acusadoras, una de ellas la de Antonio Di Tomaso:
"En el primer momento creyeron muchos de los obreros que la
intervención de la tropa, si se producía como en el
año 20, podría servir como un factor amigable, ya
que se trataba de un elemento extraño al lugar, que
tenía el prestigio de las armas de la Nación y que
carecía de interés en
el conflicto. En
cambio,
señores diputados, lo que se ha producido lo sabe todo el
mundo. Se ha hecho una masacre y, para ocultarla se ha fraguado
la leyenda del combate, se ha intentado dar la impresión
de que allí ha habido batallas campales, de que un
ejército perfectamente equipado y municionado atacaba a
las tropas de la Nación. Todo eso es inexacto. Desde luego
hay un dato que todos los diarios recogen, que nadie se ha
atrevido a tergiversar porque habría sido imposible
hacerlo: ¡No se han producido bajas en las tropas! Es
extraño que un ejército de bandoleros bien armados,
con buenos tiradores, que pelean en batallas campales, no causen
una sola baja a las tropas nacionales, mientras mueren decenas de
ellos".
Fue una requisitoria aplastante. Se pidió el
nombramiento de una comisión investigadora, pero la
mayoría radical impidió que prosperase la
iniciativa.
Félix Luna expresó en su biografía del jefe
del radicalismo que Yrigoyen no supo con certeza lo que
pasó en Santa Cruz.
El ministro de relaciones exteriores, para contribuir por
su parte a la solución de las tensiones sociales,
inició negociaciones con Uruguay,
Chile,
Brasil y
Paraguay a fin
de concretar un tratado que permitiese seleccionar la inmigración tendiente a evitar de ese modo
la entrada de elementos perturbadores e indeseables, a los que se
atribuían todos los conflictos de trabajo. El tratado
auspiciado quedó olvidado por falta de apoyo en los
países que habría debido firmarlo; no obstante, el
gobierno nacional adoptó medidas para evitar la entrada de
los llamados "extranjeros peligrosos".
6. El Fin de una Interminable
Batalla
Las empresas, que dirigieron todo, aprovecharon para liquidar
de esta suerte a peones y pequeños propietarios a quienes
debían dinero o cuyos
campos ambicionaban. Además, abultaban los recibos
firmados por los obreros para hacerse pagar por la Nación
los supuestos daños causados por la huelga. Fue, en todo
sentido, un episodio digno de "conquista y pacificación"
de la Patagonia realizadas por las grandes empresas explotadoras
a fuerza de látigo, y que dio a este pedazo de tierra
argentina la
triste denominación de "Patagonia Trágica".
Todo tuvo un desenlace sombrío como el episodio es
sí. Dos años después de los sucesos, el
Teniente Coronel Varela fue muerto por el hermano de uno de los
fusilados en el Cañadón de la Yegua Quemada, Kurt
Gustav Wilckens, que declaró haberlo hecho para vengar a
sus compañeros asesinados. Estando bajo proceso, el
centinela de vista que le adjudicaron una noche, lo despierta, le
encañona el revólver por la mirilla del calabozo y
lo mata a sangre fría; este oficial resultó ser un
enfermo mental que, siendo policía, había sufrido
heridas en uno de los encuentros sostenidos en Santa Cruz contra
los huelguistas. El asesino del hombre que había matado al
Teniente Coronel Varela fue recluido en un manicomio, y
allí, a su vez, fue muerto por un antiguo huelguista
patagónico que se hizo pasar por demente para ser
internado en el instituto y llevar hasta allí la roja
cadena de revanchas.
Yrigoyen nunca supo con certeza lo que pasó en Santa
Cruz. Cuando el Dr. Viñas lo entrevistó para
relatarle los horrores cometidos y pedirle que se procesara a los
responsables, Yrigoyen no quiso hacerlo; dijo que una medida
semejante acarrearía el desprestigio de las fuerzas
armadas, y que la fe del pueblo en las instituciones
debía salvarse aun a costa de la impunidad de algunos
culpables. Sería injusto pensar que no castigó a
los responsables porque le fueron indiferentes los desmanes
cometidos: muchas veces demostró el valor supremo
que le asignaba a la vida humana. Lo único cierto es que
él no autorizó las barbaridades que se perpetraron;
pero tampoco hizo nada para castigar a los culpables.
Fue durante el gobierno de Hipólito Yrigoyen que se
masacraron obreros en la llamada Patagonia Rebelde, en
alusión a las huelgas desatadas por los grandes stocks de
lana acumulados al terminar la Primera Guerra
Mundial por falta de compradores. La violencia de
clase fue la respuesta empleada durante la gestión
de éste contra la movilización obrera. Los pedidos
de esclarecimiento abortaron frente a la actitud de la bancada
radical en el Parlamento, que impuso su mayoría contra la
conformación de una comisión investigadora.
En la impresionante huelga que tuvo lugar en Santa Cruz, las
masas enfrentaron la represión de las fuerzas
oligárquicas con un elevado grado de violencia, dejando
enseñanzas que aún hoy tienen vigencia. Sin embargo
tanto el Partido Socialista como el incipiente Partido Comunista
le dieron la espalda a la lucha violenta del proletariado. El
Partido Socialista por oponerse, el Partido Comunista por
ignorarlas. Desde nuestro punto de vista los hechos mostraron
hasta dónde podía llegar el movimiento obrero
encabezado y dirigido por los sectores más avanzados del
anarquismo. Estos, por sus concepciones dejaron librado a la
lucha espontánea de las masas la destrucción del
Estado
oligárquico. Carecieron de una línea que hiciera
posible el avance de la lucha revolucionaria en la Argentina.
Sobre las huelgas de la Patagonia debe decirse que:
a.- Constituyeron el primer boceto revolucionario. Este primer
boceto mostró que el proletariado tenía fuerza y
capacidad (aun en las condiciones descriptas) para hegemonizar al
conjunto del pueblo y hacer temblar las clases dominantes.
b.- Sin embargo, hubo errores que facilitaron el aislamiento
del proletariado y su represión sangrienta:
- La falta de una comprensión de la cuestión
nacional en un país dependiente como el nuestro
facilitó que la oligarquía y el gobierno
instrumentaran falsas banderas patrióticas para
dividir al movimiento y aplastar las luchas. - Las concepciones espontaneístas del anarquismo
impidieron la existencia de un plan y de la
preparación militar que posibilitara al proletariado y
las masas populares crear una situación revolucionaria
directa.
El Partido Comunista, por sus insuficiencias teóricas,
sus concepciones erróneas y su profunda desconfianza en el
potencial revolucionario del proletariado argentino, no hizo
autocrítica sobre sus posiciones ni extrajo
enseñanzas correctas de estas impresionantes luchas. Por
lo tanto, no pudo desarrollar una línea de
hegemonía proletaria ni afirmar el camino armado para el
triunfo de la revolución en la Argentina.
Por su parte, la actitud del yrigoyenismo grafica el doble
carácter de la burguesía nacional, que por un lado
forcejea y por el otro concilia con el imperialismo y
la oligarquía terrateniente. Y si bien hace concesiones al
movimiento obrero y popular, para tratar de mantenerlo bajo su
protección, temerosa del desborde, reprime violentamente
las luchas que se salen de su control.
La experiencia del yrigoyenismo en el gobierno mostró,
en definitiva, el fracaso del camino reformista para resolver las
tareas agrarias y antiimperialistas. Su conciliación,
particularmente con los grandes terratenientes ganaderos,
facilitó la recuperación de posiciones por parte de
la oligarquía y el imperialismo, que pasaron a predominar
abiertamente con el gobierno de Alvear.
La muerte del coronel Héctor Varela fue un atentado
individual llevado a cabo por el obrero anarquista Kurt Gustav
Wilckens en 1923.
Osvaldo Bayer rescata la acción de Wilckens como justa
reacción frente a la injusticia y la impotencia. Mempo
Giardinelli, por el contrario, rememora que: "En 1922 gobernaba
Hipólito Yrigoyen, no un tirano. Por lo tanto, Wilckens no
ejerció ningún derecho de matar al tirano. (…) Y
sin embargo, cuando Wilckens asesinó a Varela, no
mató al tirano: sino que comenzó a matar a nuestra
imperfecta democracia"
.
En el caso de Wilckens, creemos que su objetivo era
derrotar al sistema, al
aparato represor del Estado. Pero de todos modos su gesto no es
evaluado por la intención con que fue realizado, sino por
la concepción política que lo puso
en marcha y, también, por sus resultados concretos. Su
acción individual presuponía una determinada
concepción ideológico-política. Esta
acción no puede medirse desde el lugar de la venganza
planificada sino con la identificación del momento por el
que atravesaba el proceso de formación ideológica
de la clase obrera durante las primeras décadas del siglo
en Argentina. Una etapa en la cual el ideario libertario y sus
distintas formas de acción –entre ellas la
directa– tras haber sido hegemónico en las
direcciones y experiencias de las masas trabajadoras,
perdía vigor precisamente por su incapacidad para
constituirse en alternativa efectiva. El anarquismo contaba
entonces con fuerte inserción en las fuerzas proletarias y
populares y gran predicamento como perspectiva teórica y
metodológica. Pero no es casual que el gesto de Wilckens
tuviera lugar en momentos de franca e irreversible
declinación del movimiento anarquista. Su acto, por tanto,
era un gesto desesperado, aunque estuviera afincado en la
esperanza. Una dirección política empeñada
en llevar conciencia a los explotados y oprimidos y edificar una
alternativa de masas, ciertamente debiera haber tomado distancia
de aquel acto. Pero no desde el oportunismo nauseabundo de
quienes buscan un lugar en el sistema capitalista con la misma
desesperación con que Wilckens trataba de destruirlo.
Trabajo enviado y realizado por:
Verónica Johana Farjat
19 años
Junio de 1999
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